domingo, 8 de julio de 2007

Domingo

Este cuento no es mío (y por lo tanto, mejor), es de una amiga que (gracias a mi insistencia) me dejó que lo publique, así que nada más por decir, solamente disfruten:

Levantó la mirada por la ventana de su habitación, y no pudo resistir más de un segundo con los ojos abiertos debido al enorme haz de luz que iluminó su rostro al instante.
Recién se había despertado, y no recordaba la última vez que había tenido un sueño tan largo como éste. Algo de fantasía mezclado con realidad, no recordaba bien de qué trataba.
Buscó un abrigo, para protegerse del frío viento de una mañana de otoño, antes de salir a recoger el diario.
Luego, se preparó su desayuno de todos los domingos para acompañar su lectura matutina. Éste sólo consistía en café, y más café; casi nunca sentía hambre por la mañana, en especial los domingos.
Al leer los títulos principales que ofrecía la primera plana de su periódico favorito, notó, entre asesinatos y robos, la misteriosa desaparición de la niña Emily Armstrong. Algo en la foto de la niña le recordó a su difunta hija Melanie, a quien tanto extrañaba. No dudó ni un instante en buscar la página que ampliaba el tema con hasta los más ínfimos detalles de la investigación del caso. Una vez que terminó de leer pudo darse cuenta que no existían, por lo menos hasta el momento, pistas suficientes para siquiera suponer causas posibles de la repentina huida o secuestro de Emily Armstrong. Por un momento sintió pena al recordar el funeral de Melanie y el momento en que su pequeño cuerpo pasó a estar enterrado debajo de la tierra aquel domingo de otoño. Tristes recuerdos, pero pocas veces se acordaba con tantos detalles.
Dejó el diario de lado; ya bastantes noticias habían colmado su cabeza por el día, y le durarían toda la semana, ya que sólo había pagado para que se lo trajeran los domingos; aunque pensó que debería informarse más seguido sobre la situación en la que vivía. Sentía que la muerte de su hija lo había anclado al pasado por alguna razón.
Comenzó a ordenar su living, aunque estaba reluciente. Siempre lo ordenaba. Especialmente los domingos. Cierta obsesión se despertaba en él cuando pasaba por ahí. Limpiaba una y otra vez aquella mesa de vidrio, que parecía quebrarse si volviera a pasarle ese trapo húmedo una vez más.
Siempre hacía lo mismo. Cuando estaba harto de escuchar esos sonidos fastidiosos provenientes del sótano, se colocaba sus auriculares para tapar los ruidos y, al mismo tiempo, mantenerse actualizado con las noticias.
Cuando ya no soportaba más las molestas “voces” que escuchaba, arrojaba sin saber porqué restos de comida por las escaleras que llevaban a aquel cuarto oscuro, como si fuese a calmar bestias muertas de hambre. Por unos momentos los ruidos cesaban, o al menos eso creía él.
Lo siguiente que continuaba su rutina era tomar aquel viejo álbum de fotos, sacarle el polvo acumulado en la semana, y ver esas imágenes del pasado como si fuera la primera vez que se las entregaran en mano recién impresas en papel tibio. Largaba dos lágrimas. Una, dos, manchando siempre la misma página color rosa que se fue decolorando a través de los años, por recordar aquel domingo gris cuando falleció Melanie, su única hija.
Y cuando terminaba de derramar su última gota de agua salada sobre el álbum, volvían los ruidos; o al menos eso creía él.
Pero nada podía hacer al respecto, pues era domingo. Nada debía interferir con su rutina de ese día, el único día en que era conciente del pasado que tuvo, pero inconsciente del presente que vivía. Como si por un día volviera a aquel triste domingo de 4 años atrás, y nada que se le interponga podría corromper esa atmósfera de otoño creada en su mente. Los ruidos no paraban, pero todavía no era lunes. El no podía hacer nada.
El reloj dio las 12. Finalmente el día había terminado y algo extraño sentía en el cuerpo cuando la doceava campanada sonaba.
Al amanecer del día siguiente se levantó habiendo olvidado por completo el día domingo, como ocurría cada lunes. Se dirigió por la puerta que llevaba a las escaleras que bajaban al sótano como por inercia. Sentía en el fondo que había dejado allí algo pendiente.
Encendió las luces y allí estaba ella acurrucada.
-Ven Melanie, es hora de desayunar.
-¡Mi nombre es Emily te he dicho! ¿Cuando vas a dejarme ir?-dijo la niña
-Ven Melanie, es hora de desayunar.- dijo él con una natural sonrisa en su rostro.


Agostina Maegli

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Domingo by Agostina Maegli
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

y la tal malenie taba buena?
muy bueno el cuento, me gusto. es una critica muy constructiva jaja

Unknown dijo...

Si melanie taba buena o no queda a criterio del lector, jaja. No, hay que preguntarle a la autora del cuento

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