lunes, 30 de julio de 2007

Archirrivales

Bueno acá va otro cuento de mi autoría, espero que les guste. ¡Disfruten!

Desde chico tuve problemas para relacionarme con las demás personas. Ya en el jardín de infantes presentaba estos síntomas que algunos podrían considerar patológicos, por ejemplo mientras todos jugaban, yo dormía la siesta. No lo hacía por llevarle la contra a mi profesora ni nada que se le parezca sino que no le veía el sentido a hacer algo que yo no quería en el momento que a mi profesora le pareciera.
Una vez ya dentro de la primaria mi comportamiento para con los demás cambió y se atenuó un poco mi aislamiento social, si puede llamársele así. Logré hacerme un grupo de amigos, compuesto por personas consideradas “raras” como yo, con el cual logré desarrollar mis habilidades sociales. Pese a pertenecer a un grupo al cual la gente miraba no con admiración sino como si estuviese observando a una nueva especie en el zoológico, logré destacarme entre ellos y fuera de este grupo. No conforme con mi desarrollado histrionismo, busqué diversas maneras de llamar la atención. A medida que pasaba el tiempo mi retórica mejoraba a pasos agigantados y podía envolver a cualquier persona en un relato, sin que él se diese cuenta de quién o qué estaba hablando, a menudo jugando con los artículos u obviando información. Por ejemplo, una vez con mis compañeros hicimos una especie de juego a ver quien podía contarle la historia más descabellada a una chica y que ella por lo menos se quedase con la duda de si era una historia verídica o el hábil invento de una mente juvenil. Está de más decir que el ganador de dicho juego era siempre yo, logrando a la larga el abandono del mismo por mis compañeros ya que ellos compañeros blandían la excusa de que no podían mentir de manera tan descarada como yo. Igualmente déjenme decirles que yo no mentía, no, ni lo más cercano; solo jugaba con el uso del lenguaje de una manera tan hábil que era imposible distinguir. Déjenme que les de un ejemplo. Un día volví a mi casa y le dije lo siguiente a mi madre:

“Mamá necesito que me firmes el boletín ya que fui nombrado primer actor en la obra de teatro organizada por la fecha patria venidera, de más está decir madre que fue todo gracias a las horas que invertiste en que yo aprendiese el parlamento para el papel”

Contenta y con una mirada obnubilada en su rostro, gustosamente firmó mi boletín de manera enérgica y rápida, con una sonrisa inconmensurable dibujada en la cara. Bueno, pasaré a explicarles que tenía esto de especial. Como creo yo, ustedes habrán leído ese párrafo sin demasiado interés y rápidamente, esperando una explicación de mis habilidades; imagínense mi madre que esperaba con ansias la noticia de si yo actuaría en la obra o no. Ustedes también habrán pensado que le mentí con respecto al papel y están en todo su derecho de creerlo, pero déjenme decirles que no le mentí en eso, es más me resultó demasiado fácil conseguir el papel debido a la floja competencia que tenía. No solo eso sino que en el párrafo no hay una sola mentira blanca. Lo que verdaderamente yo quería era que ella firmase mi boletín con notas alarmantemente bajas sin recibir reto o advertencia alguna. Ahora imagínense que yo les diga ese párrafo a ustedes mientras están ocupados en algo y esperan con ansias que su hijo sea nombrado actor en la obra. Agregando también lo despistada que mi madre era. Simplemente le prestarán atención a lo que mas les interese de la frase y, gracias a la falta de información con la que gozaba mi noticia, ustedes dejarían todo de lado para escuchar mas información sobre la misma. Esa era mi habilidad, obviar información y engañar con palabras. Ustedes dirán también que mi madre tarde o temprano se daría cuenta, sí tal vez, pero al otro día los castigados en el colegio serían mis compañeros mientras yo sería felicitado con creces. Después de todo, si el tema volvía a surgir siempre tenía la posibilidad de manejar la situación a mi conveniencia. Ese es un ejemplo que cité y entiendan que lo hice a la edad de 5 o 6 años.
Con los años me perfeccioné y mi vocación como actor cada vez se hacía más fuerte en consiguiente con la sed de fortuna también, déjenme confesarles. En la adolescencia no tenía límite y manejaba a todos a mi mero antojo. Nunca diciendo una sola mentira, porque una vez que uno miente la desconfianza en el otro es inexorcisable. Pero en 3º año de mi secundaria entró un nuevo alumno, cuyo nombre no merece ser pronunciado. Esta persona era muy desagradable a la vista pero, como yo, agradable al oído. A esta altura mi técnica había mejorado mucho con respecto al ejemplo anteriormente citado, ahora podía obviar verdades por días y de manera ordenada y sistemática. Pero para mi sorpresa la habilidad de mi ahora rival no estaba muy alejada de la mía, lo que causó una pequeña molestia, pero nada que no pudiese solucionar.
Pasaban los días y nuestras diferencias se acentuaban aún más, tanto que el rol de protagonista para la obra de final de año fue para él, pero no fue por mérito propio, créanme que no, sino que en mi audición usé casi todas mis herramientas para ponerle un fin a las aspiraciones de mi rival, lo que los ignorantes de mis profesores consideraron que no era para la obra ya que casi todos los papeles los había conseguido yo con anterioridad y consideraron prudente darle la oportunidad a otro chico. Pero no sólo en eso logró incomodarme, sino que gracias a su manipulación logró quedarse con mi grupo de amigos. Ellos se excusaron diciendo que era yo el que los había alejado a ellos, pero él no podría engañarme, no señor, no a mí.
Una vez egresados de la secundaria sin dudarlo me avoqué de lleno a mi vocación actoral. Pero gracias al llamado que realicé a un amigo logré enterarme, usando mis habilidades, que las aspiraciones de mi rival eran las mismas que las mías. Sorprendido porque mi rival ahora pretendía quedarse con mi futura fama me juré que iba a tratar de contra sabotear sus audiciones ya que, deduje, el estaba en camino de sabotear las mías. A menudo me postulaba a roles insignificantes e indignos de mi talento pero lo hacía porque él audicionaba para los mismos, claramente tratando de engañarme de que yo consiguiese ese trabajo para así él poder buscar un trabajo mucho mejor. Pobre estúpido, pensaba que me podía engañar. Pese a que me costó bastante, logré no quedar en ninguno de esos trabajos para infortunio de mi rival. Así lo hice durante un par de años, demostrándole a mi rival mi tesón y perseverancia. No le iba a resultar fácil arruinar mi carrera. Luego de unos años traté de localizarlo para poder sabotear de nuevo otra de sus audiciones, pero para mi sorpresa ya no conseguía ningún tipo de información de su paradero. Engañaba a productores y directores de casting con mis habilidades para conseguir información, pero tal parecía que él había conseguido un trabajo mejor ya que no se presentaba más a ninguna otra audición. Amplié mi búsqueda a otros sectores, tal vez había conseguido un trabajo mucho mejor y no como actor. Para poder hacerlo me conseguía trabajos chicos, roles pequeños, que me daban el tiempo suficiente para continuar con nuestra guerra personal, ahora, por el momento nada más, claramente ganada por él.
Pasaron muchos años y, por mi edad ya avanzada, no era tan fácil conseguir trabajos dignos de mi talento. Me lamentaba ya que él había logrado engañarme y había hecho que desperdiciara mi vida en nuestra guerra personal. En medio de mi desesperación y desazón conseguí un dato que me dispuse a confirmar. Logré certificar que la información obtenida era correcta o por lo menos, acertada. La información que había logrado conseguir era sobre su lugar de residencia. Me dispuse a comprobar con mis propios ojos la veracidad de esta información. Gracias a días de inspeccionar el movimiento del edifico logré confirmar con mis propios ojos que era allí donde habitaba mi eterno rival. Pero lo que me sorprendió y, al mismo tiempo, enfureció fue que él seguía tratando de engañarme. Utilizaba ropas sucias y de muy mala calidad y el barrio donde vivía era uno de los peores de la ciudad. Pero él no lograría engañarme, no a mí. Pese a mi furia, estaba contento porque seguía teniéndome miedo. Era comprobable porque él pretendía estar en necesidad viviendo en una casa muy pobre y vistiéndose como un mendigo. Esto también comprobaba mi teoría de que, gracias a que logró engañarme, él había conseguido acumular una suculenta fortuna lo que le permitía el lujo de simular ser otra persona. Me regodeaba viendo como simulaba, ya que lo seguí varios días y ni por un momento retomó su vida normal, evidenciado su temor de ser descubierto por su enemigo innato, que no era nadie más que yo. Dicho seguimiento me costó mi trabajo ya que las frecuentes ausencias a ensayos por mi parte, habían hecho que el director de la obra llegara a la conclusión de que no estaba comprometido con mi trabajo cosa que me sacó completamente de mis casillas, porque mi enemigo una vez más había logrado sabotear mi carrera . Ahora que había conseguido un muy buen papel en una obra a estrenar, él logró que desperdiciara mi tiempo en él teniendo como resultado mi despido de la obra. A pesar de ello, tengo que decir que la nueva situación en la que me encontraba me dio el empujón necesario para confrontarlo frente a frente, cosa que ninguno de los dos había creído necesario hasta el momento; era una guerra silenciosa. Estaba decidido, esto había llegado a una situación casi desesperante para mí. Sin ánimos de darme por vencido, fui a recuperar lo que era mío en un principio.
Lo seguí una noche hasta su casa, y me dispuse a esperar enfrente donde vivía. A menudo entraban y salían personas ya que era una pensión para gente desafortunada como yo. Ja, que bien había planeado su escondite ya que el constante movimiento de gente no permitía que yo entrara en acción. Esperé que la madrugada hiciera su acto de presencia y que el movimiento de gente fuese casi nulo. Esperé durante horas bajo la copiosa lluvia hasta que consideré que ya había esperado el tiempo suficiente para entrar en acción. Estaba decidido que esta era la noche de mi venganza.
El fortísimo ruido que provocaban mis puños al golpear en la puerta de la casa era indicio de que yo había ido allí con una agenda. La intensidad de mis golpes indicaba que si mi archirrival no abría esta puerta mis puños por sí solos la derribarían y me dejarían cara a cara con él por última vez. Tal vez por la cólera demostrada de mis golpes, ese desgraciado no tardó demasiado en abrir la puerta y llevarse el susto de su vida.
Mientras escuchaba los pasos de alguien caminando en dirección a la puerta, asumí que eran lo pasos firmes de él, por la arrogancia que demostraba dicha acción, lo que me provocaba un regocijo impresionante ante la venidera situación a desarrollarse entre nosotros dos. Era el encuentro mítico retratado en todas las artes durante siglos, era el encuentro entre el bien y el mal . Pero al abrir la puerta la sorpresa no fue de él sino mía. Al presentarme de manera enérgica –evidenciando mis intenciones- con nombre y apellido, el acusó no recordarme, a lo que respondí aún más enérgica y violentamente tratando que recordara mi persona; no, sino que admita que había pasado toda su vida tratando de que yo esté a la sombra de él. El me juraba y perjuraba que no me recordaba y eso no hacía más que enfadarme aún más. Logré que me recordara al fin pero me dijo que nunca había hablado conmigo y no entendía el propósito de mi visita a lo que respondí que no necesitaba hablar con él para descifrar los artilugios que utilizó durante toda su vida para dejarme en ridículo. Le dije que todas sus riquezas eran en verdad mías y que todo lo que había hecho de su vida pertenecía a mi por mera justicia divina. El, dando muestra de su arrogancia, me decía que no tenía ya más dinero, que había perdido todo en unos negocios mal hechos, cosa que me causó tanta gracia que no pude responder a semejante mentira de otra manera que con una sonora y liberadora carcajada. Yo sabía que el escondía sus riquezas de mi vista, sí, porque estaba aterrorizado por mi mera presencia. Lo amenacé y lo obligué a que me mostrara la fortuna que había logrado acumular a costa de mi miserable vida, a lo que se negaba ahora sí con una cara de espanto. Si ustedes hubiesen visto su cara, que oscilaba entre la perplejidad y el miedo, se hubiesen regocijado con esta escena. Viendo que mis amenazas verbales no llegaban a destino, saqué mi arma perfectamente preparada para esta situación, una hermosa y brillante Colt calibre .45, lo único que me quedaba en mi vida, heredada de mi padre. Ahora sí tenía una cara de espanto digna de mi deseo, aunque yo quería algún tipo de resarcimiento. Tan aterrorizado estaba que se puso de rodillas, con el caño de mi arma enfrentando su rostro, balbuceando entre lágrimas que lo único que le quedaba era lo que tenía a mi vista. Yo no podía creer la actuación que él estaba realizando, era digna de un actor de primera calidad, tengo que reconocerlo. A la vista de que su sufrimiento no colmaba mi deseo no me dio otra alternativa que pasar a la acción; tomé firmemente mi Colt y apunté sin siquiera temblar. El frío del caño en contacto con la piel erizaría los pelos de cualquier mortal. Martillé mi pistola anunciando el próximo disparo que terminaría con mi pesar, lo hice lentamente así disfrutaba su cara de horror mientras se dibujaba una sonrisa en mi rostro. Mirando su cara de estupor coloqué mi dedo índice en el gatillo y le advertí que tenía una última oportunidad para retractarse y reconocer su derrota. Apenas vislumbré un movimiento en su accionar, no me dio otra opción que apretar el gatillo antes de que pudiera evitar lo inevitable y así de una vez por todas podría acabar con mi pesar...
Yo leí una vez, durante mis estudios, que las personas que sufren una muerte abrupta tienen unos pocos segundos en los cuales todavía están conscientes de la situación a su alrededor y pueden ver por última vez el mundo que están dejando atrás, hasta que finalmente todas las funciones cerebrales se apagan. Bueno créanme que no es nada lejano de la realidad porque mientras caía al suelo pude ver su cara de horror toda manchada con sangre, lo cual dio paso a un profundo silencio en el que pude apreciar por vez primera su verdadera cara de espanto lo cual me generó un enorme alivio, mientras veía como mi eterno pesar llegaba a su fin. Después de todo ni siquiera su habilidad para mentir y actuar podía evitar que mostrase una cara de verdadero horror al ver una persona quitándose la vida ante sus ojos.


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

demente es poco

Unknown dijo...

Jajaja, ¿gracias?

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