miércoles, 21 de noviembre de 2007

Recuerdos

Lamento la ausencia (prolongada, por cierto) pero debido a unos contratiempos de índole personal y también complicaciones técnicas con el blog no pude actualizar ni siquiera subir algún dato curioso. Este post no pretende ser una reinauguración ni nada menos. Pero, para "llenar" el vacío que dejaron la ausencia de posts, he aquí otro cuento de mi autoría. Este cuento en particular lo escribí todo de un tirón, sin reescrituras ni nada por el estilo. Radica allí también la longitud (o más bien la falta de ella) que no se corresponde con mis anteriores cuentos. Bueno basta de cháchara y a leer cara**!!!!! Como siempre....¡Disfruten!

¿Dónde quedaron mis años? ¿Dónde quedaron esos momentos hermosos que viví? Supongo que es lo mismo que se preguntarán todos, pero ¿como pensar en estos sentimientos de manera objetiva?
Siempre vengo a este lugar, a la noche. Uno de los pocos lugares donde encuentro paz. Vengo religiosamente todos los días y me paso horas y horas caminando y meditando sobre mis años pasados. Curiosamente nunca pienso sobre los años que vendrán, simplemente no empeño tiempo en ello. A menudo recupero memorias que creía haber olvidado, como la vez que cumplí 8 años. Ese cumpleaños lo festejé en un salón, como se acostumbraba en los tiempos en que yo era chico. Un hermoso salón que mi mamá había decorado de manera espectacular. Recuerdo la impaciencia que me invadía cuando esperaba ansiosamente la llegada de mis compañeros de clase. ¿Qué regalos me traerían? ¿Vendrían todos mis amigos? Rezaba con que nadie repitiese su regalo, como me había pasado anteriormente. Esperando en el salón mi papá y mi primo me llevaron a la juguetería más cercana donde me pidieron que eligiera algún juguete. Cabe destacar que amo las jugueterías, me parecen uno de los pocos lugares donde la imaginación no se ve limitada. Aún cuando era mayor seguía visitándolas.
Conociendo que tardaría mucho tiempo en elegir el juguete, era todo una trampa dispuesta por mi madre, me había dado cuenta con el pasar de los años. Cuando compramos el juguete volvimos al salón y, a pesar del juguete recién comprado, la ausencia de mis compañeros me preocupaba. Vi varios familiares como tíos y abuelas, pero yo quería festejar con mis amigos. Mientras saludaba a mi tía comenzó a sonar música como por arte de magia y a continuación un telón se corrió dejando al descubierto a todos mis amigos cantando el feliz cumpleaños. Mi mamá siempre me recordaba que mi cara en ese momento no mostraba otra cosa que gran felicidad. Uno de los recuerdos más felices de mi niñez. A menudo también recordaba los momentos pasados con mis amigos en la escuela, las travesuras y las charlas infinitas sobre variados temas. Realmente los extraño con todo el corazón. Pero la vida tiene vueltas y sorpresas para las cuales uno nunca está preparado. El recuerdo de mis muchas mascotas también me llenaba de felicidad, y a la vez, de melancolía. Recordaba en especial a un perro que tuve durante toda mi adolescencia llamado Sabiondo en honor al perro del “Insp. Gadget”, mi serie favorita cuando era niño. Era un perro en apariencia igual al de los dibujos. Recordaba los juegos y los momentos que pasaba con él aún cuando yo no estaba dispuesto a jugar, su lealtad era inquebrantable.
Igual de inquebrantable que la presencia de la luna, mi compañera nocturna. Casualmente hoy más iluminada que nunca. No hay imagen más bella que la de un paisaje bañado por la luz de la luna creando luces, sombras y colores que ningún otro fenómeno puede igualar. Es por eso que adoro tanto la noche y mis caminatas nocturnas. El silencio también me gusta mucho. Pero no el silencio eterno, sino el silencio precedido por una atmósfera ruidosa. Ese instante de paz y calma. Por ejemplo cuando nos acostamos y nos disponemos a dormir. Hay pocas situaciones que añore con tanta intensidad. Mis parejas, los momentos pasados con ellas, son otras memorias que me traen recuerdo felices, las infinitas charlas sobre temas que ni yo hubiese creído estar interesado, los besos compartidos, y por qué no los robados.
Completando mi habitual caminata me detengo siempre en el mismo lugar, adornado por una hermosa orquídea azul, la flor favorita de mi madre, y realizo mi última meditación de la noche. Totalmente estático en ese lugar, me pregunto como hubiesen sido las cosas de otra manera, si aquella vez no salía de mi casa. ¿Será mi castigo recordar con tanto cariño mis años pasados?. Pero me digo a mi mismo que todas estas memorias, todos estos recuerdos son mis únicas posesiones. Todo lo que tengo. Eso y un trozo de piedra maciza con una frase tallada en ella resumiendo mi vida con una capacidad de síntesis envidiable:

“Aquí yace Matías, amado hijo y amigo”
1984-2005


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